quinta-feira, agosto 23, 2007

E mai nada!

Dia 38: Um catalão com óculos lisboetas.

A crónica vinha no jornal El Periódico do dia 20 de Agosto; Lisboa vista pelos olhos de um escritor catalão, mas com óculos lisboetas. Resta-me dizer que o autor deste artigo é Lluís-Anton Baulenas, um dos escritores mais em moda na literatura catalã, em especial pelo seu livro "Per un sac d'ossos" (2005), que lhe valeu o prémio Ramón Llull ( o equivalente ao Prémio Camões na Catalunha). Quanto ao seu texto "Tranvías de pocas idas y muchas vueltas", faço como o assessor do Luis Filipe Menezes no seu blog, um copiar-pegar, mas sem alterar vírgulas e com referência à origem. E mai nada!... bem, apenas uma coisa, uma antítese de um fait divers (ou seja pouco interessante, mas muito importante), a selecção empatou.

Tranvías de pocas idas y muchas vueltas
España debería convertirse en una comunidad autónoma de Portugal


Ir a Lisboa conlleva encontrarse con dos actitudes diferentes, la del que no puede evitar volver y la del que opina que no es para tanto. Dentro de estos últimos, además, están los típicos que se manifiestan decepcionados: que si todo está muy atrasado, que si el centro, la Baixa, que es una de las partes más turísticas, se cae a pedazos, que si el ambiente del Rossio parece el de Barcelona hace 50 años, que si los famosos tranvías son muy bonitos, pero es absurdo que todavía circulen a todo ritmo (molestan y son peligrosos) por unas cuantas calles de la capital, que si parece mentira que tengan el aeropuerto internacional tan cerca que, a veces, los aviones te pasan por encima y se diría que en vuelo rasante, que si la ciudad está llena de gente ociosa, que si una brigada de restauración de la acera (sí, las célebres aceras lisboetas en forma de mosaico) se tira días y días para arreglar un metro cuadrado porque colocan manualmente piedrecita a piedrecita, que si los taxis lisboetas tienen una media de edad de 30 años y que, tal y como conducen, cualquiera se sube, que si el fado es una lata de lloricas, que si es una ciudad llena de subidas y bajadas y así no hay turista que pasee, que si los habitantes de Lisboa son unos exagerados...

Comprenderla y amarla
Como se puede entender fácilmente, todas estas razones y muchísimas más que podríamos mencionar podrían ser consideradas exactamente en sentido contrario, es decir, positivas. Lisboa es así y así hay que comprenderla y amarla. Si aparte de ir como turista tienes la suerte de vivir entre ellos una temporada, como fue mi caso, el enamoramiento es total. Lisboa es la capital de un antiguo imperio, un imperio colosal que arrastró una decadencia larguísima. Hay que recordar que el imperio portugués no se desmanteló hasta después de la revolución de los claveles, cuando todos los estados europeos ya se habían deshecho de las colonias africanas. Lisboa, a principios de los años 70, se llenó de desplazados que volvían de todos los rincones del mundo. Gentes de todos los colores: verdosos de Timor, de piel de cobre de Goa, negros de Cabo Verde, Angola y Mozambique, y blancos atemorizados y fastidiados. Esta decadencia es la base del carácter lisboeta, nostálgico de los viejos tiempos y a la vez orgulloso del pasado. Para los catalanes de visita en Lisboa, a poco que pongas algo de atención, sorprenden unas cuántas actitudes: la desconfianza hacia el mundo español junto al nacionalismo más folclórico y radical (en la línea de hiperpresencia simbólica, por ejemplo, de los norteamericanos). Más tangencialmente, también encontramos el desinterés (salvo excepciones, claro está) por las otras nacionalidades hispanas. Cuando les explicas que solo un azar politicomilitar hizo que en el siglo XVII ellos recuperaran la independencia, y Catalunya, no, se encogen de hombros: tienen bien asentados sus mitos de la independencia ganada a los castellanos. Y ahora son europeos. Y miran hacia adelante cuatro días de la semana, y los otros tres tienen ataques de saudade y miran hacia atrás. La posible comunidad cultural con Galicia es cosa de los gallegos nacionalistas, y en cualquier caso, cosas de españoles. Y punto.Lisboa, pues, continúa transitando tranquilamente. Es la capital europea más occidental y está orgullosa de ello. Uno, al final, acaba solidarizándose con el orgullo lisboeta mezclado con la saudade, la añoranza. Es una mezcla imposible que solo funciona en Lisboa. La misma mezcla que hace que todavía encuentres calles con hedor de sardinas fritas en una brasa, en la acera, junto a la modernidad derivada de la transformación de la Exposición Universal. Algo así como Barcelona con los Juegos y el Fòrum, parece que gastaron algo más de lo debido, pero, qué caramba, un día es un día. Igual que en el caso del reciente campeonato europeo de fútbol. Por poco no llegan a tiempo, pero acabaron haciendo bien los deberes. A los aficionados a este deporte les recomendamos que vayan a visitar el estadio del Benfica, el famoso Estádio da Luz. Es como una nave espacial futurista rodeada de vías rápidas, descampados y un macrocentro comercial. He aquí otro contraste. Benfica era un barrio trabajador del extrarradio. Hace 15 años todavía acogía el parque zoológico más vetusto de Europa.Tenían los felinos encerrados en jaulas de rejas, como en el siglo XIX. Y mediante una propina al vigilante, conseguías que hiciera hacer monerías a los elefantes. Se justificaba diciendo que, al haberlos rescatado de un circo, ya estaban acostumbrados a trabajar. He aquí la Lisboa antigua, como dice el fado. Al lado, no obstante, uno de los máximos símbolos de civilización: un cementerio de animales domésticos. De nuevo, la contradicción en plena convivencia.

Ciudad de contrastes
Conviene dejarse enamorar por el contraste, no ponerse a la contra. Entonces es cuando los lisboetas pierden la desconfianza. Y, sobre todo, una recomendación que no sale en las guías. Váyanse al muelle y cojan el transbordador que lleva a la gente a la otra orilla del río, al barrio de Cacilhas. Hay trabajadores y estudiantes que lo cogen como quien coge el autobús. La imagen de Lisboa que conseguirán es de primera magnitud. Siempre hay que volver. Y no estamos de acuerdo con Saramago: sería mucho más interesante que España se convirtiera en una comunidad autónoma de Portugal.

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